No se necesita certidumbre científica para cumplir el Protocolo de Kyoto sobre cambio climático, dijo a Tierramérica el mexicano Mario Molina, galardonado con el Premio Nobel de Química en 1995, al criticar las razones esgrimidas por Estados Unidos y Rusia para no ratificar ese acuerdo.
Molina, uno de los descubridores de los efectos nocivos de los clorofluorocarbonos (CFC) en la atmósfera, señaló que la implementación de Kyoto es necesaria, como lo fue en su momento la del Protocolo de Montreal, firmado para reducir la emisión de sustancias agotadoras de la capa de ozono.
Sin embargo, advirtió que la comunidad internacional también debería concertar instrumentos integrales, pues los problemas del ambiente están interrelacionados, tal como sucede con el cambio climático y la capa de ozono.
—A diferencia del Protocolo de Montreal (1987), que usted y otros científicos encarrilaron con sus descubrimientos, el del Kyoto (1997) no encuentra su ruta de aplicación, sobre todo por las negativas de Estados Unidos y Rusia a ratificarlo. ¿Qué se puede esperar de este instrumento?
—El problema de Kyoto es más complicado, porque involucra el uso de energía y es más difícil reemplazar a los combustibles fósiles, a cuyo uso se atribuye el recalentamiento del planeta, que lo que fue reemplazar a los CFC que destruyen el ozono. Además este tema se complica pues hay menos certidumbre sobre el fenómeno del cambio climático. Pero usar ese argumento para retrasar la ratificación de Kyoto es incorrecto. No necesitamos la certeza científica para actuar. Aunque haya una probabilidad de uno en 10 de que no pasará nada serio sino se pone en marcha Kyoto, hay que actuar, pues sólo tenemos un planeta y las consecuencias de no hacerlo pueden ser muy graves.
—¿Son necesarios el Protocolo de Kyoto u otro instrumento que controle el cambio climático para coadyuvar en la restauración de la capa de ozono?
—Ahora tenemos evidencia científica que indica que si Kyoto no funciona habrá un retraso en la recuperación de la capa de ozono. La relación entre cambio climático y ozono existe, aunque aún es algo incierta, pues el comportamiento de la atmósfera es muy complicado y no sólo depende de las temperaturas, sino también de la cantidad de vapor de agua que ingresa a la atmósfera y de una serie de sutilezas. Es difícil establecer con certidumbre cómo están conectados esos problemas, pero lo que sí sabemos es que lo están.
—Entonces, ¿usted apoyaría la idea de complementar los Protocolos de Montreal y Kyoto?
—Sí, lo ideal sería que hubiera acuerdos internacionales para atacar estos problemas en su conjunto, porque ahora en la práctica se atacan uno por uno, y así es más difícil tener éxito. El cambio climático tiene muchas causas, y la más notoria es el bióxido de carbono que se produce por la quema de combustibles fósiles, pero también por quema de biomasa. Pero hay otras conexiones. Por ejemplo, los CFC, además de destruir el ozono, son gases invernadero (que retienen calor en la atmósfera y provocan el calentamiento global), y las partículas suspendidas influyen en el comportamientos de las nubes y el clima. Está claro que la humanidad está alterando el ambiente de una manera muy seria.
—Recientes estudios indican que disminuyó el agotamiento del ozono en la parte alta de la atmósfera, pero advierten que no sucedió lo mismo en la atmósfera baja, donde está 80 por ciento del ozono. ¿Qué significado tienen esos resultados?
—El avance en cuanto al ozono ha sido muy claro. Ahora podemos medir que en la atmósfera alta está disminuyendo la acumulación de los compuestos nocivos para el ozono. El problema es que esos compuestos permanecen muchas décadas, y lo que vemos hoy, sobre todo en la atmósfera baja, son efectos de compuestos emitidos años antes. No veremos los efectos del Protocolo de Montreal sino hasta mediados de este siglo, pues todo lo que emitimos en el siglo pasado va a seguir allí por muchas décadas.
— La actitud de Washington y de las industrias estadounidenses no parece estar alineada con el cumplimiento de acuerdos internacionales sobre ambiente, ni con el desarrollo de energías alternativas. ¿Puede esto cambiar?
—No soy optimista. Lo indispensable es que los países desarrollados hagan hoy inversiones mucho más fuertes en el desarrollo de tecnologías nuevas. Deberían tomar un conjunto de medidas que apunten al uso de la energía de los combustibles fósiles con mayor eficiencia y a la introducción de tecnologías que están cerca de nosotros. Además, ellos saben que deben compartir sus adelantos con países en desarrollo que no tienen recursos para la investigación, y que por el momento copian el desarrollo de los países ricos.
* Publicado originalmente el 11 de octubre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (